abril 2, 2025

Alfonsín: la mirada que sigue haciendo falta

Alfonsín: la mirada que sigue haciendo falta
Por Pablo Blanco

El kirchnerismo y el mileismo, ambos con su carga de resentimiento e ideologismo prepotente, son las dos caras de un espejo invertido que nos devuelve la imagen de un país atenazado.

 En tiempos donde la política parece tener dueños, en épocas donde un relato construido artificialmente trata de imponerse a la realidad y en instancias donde la prepotencia ideológica y programática amenaza con llevarse puestas a las instituciones, ahora, más que nunca hace falta un Alfonsín.

Me dirán que vivo de recuerdos, que ya le pasó el cuarto de hora a los que creemos en el diálogo como método para llegar a soluciones políticas y que ya es tarde para apostar al pluralismo sin dar el brazo a torcer en lo que hace a nuestras más íntimas conviccio

En momentos donde todo parece tener precio, hay valores que no se compran ni se venden.

Estoy convencido de que el péndulo que pone a los argentinos de un lado al otro de la grieta naturalmente tenderá al equilibrio. Y ese equilibrio no será la ausencia de vida sino el triunfo de la tolerancia sobre el fanatismo; será el reencuentro con el otro respetando nuestras diferencias y sabiéndonos todos copropietarios de la Nación en busca de su destino.

Ayer el kirchnerismo y hoy el mileismo, ambos con su carga de resentimiento e ideologismo prepotente, son las dos caras de un espejo invertido que nos devuelve la imagen de un país atenazado.

Hoy los paladines de la libertad tratan por todos los medios de imponer su visión del mundo en función de sus objetivos. Detestan lo diferente, odian al pluralismo y arrasan con la institucionalidad. En nombre la libertad hasta están dispuestos a sacrificarla.

Ayer los genios de la justicia social fundieron al país dándole a la maquinita para generar una ilusoria sensación de bienestar mientras se robaron todo.

Ni uno ni otro es el camino. Con una mitad de los argentinos sólo nos espera el desastre.

El camino sigue siendo el que nos indicó Raúl Alfonsín; el de la democracia plena con controles institucionales cruzados; una economía inclusiva que busque modos sustentables de expansión; una justicia no amañada; unas relaciones exteriores serias, atentas a los cambios mundiales y de provecho para la Nación. Un país en el que se respete tanto a los niños como a los viejos; a los docentes, a los médicos, a los científicos, a los creadores de empresas y también de arte. Una Argentina cuyo motor sea algo mucho más grande que el producto del campo, una Argentina que se integre al mundo de manera ventajosa e inteligente y no de manera servil arrastrándose para conseguir alguna migaja de los poderosos.

Un país donde los derechos humanos sean una conquista de todos y no una reivindicación de fracciones en la que el pasado siempre está en disputa obstaculizando el camino hacia el futuro.

Alfonsín lo intentó. Hizo bien muchas cosas y otras tantas salieron mal. Pero nadie puede decir que él abogó por un país a medias o para una minoría. Él nos abrazó a todos y luego fuimos nosotros los que perdimos el rumbo.

Recordarlo en un día como hoy es saber que hay otro camino. Camino que, más temprano que tarde, va a volver a hacerse visible y transitable a fin de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.

Pablo Blanco